Ángel
Rodríguez nació en 1882. Ha publicado en una revista literaria de
Madrid, "La hamaca de lona" y colaborado con "Ediciones Raro" en la
colección "Literatura de kiosco". Ha sido incluido en antologías como:
"Poetas de Jaén", por Raquel Rodríguez; "Puta poesía" y "65 salvochea".
También ha colaborado con "Voces del extremo" en dos ocasiones. En 2012
publicó su primer libro, "Poesía para perdedores", y actualmente trabaja
en un nuevo poemario, aún sin terminar.
Nos costó bastante trabajo encontrarlo en la inmensidad del parque del Bulevar, pero valió la pena la espera, sin duda.
Leyó algunos de los mejores poemas de su primer libro, Poesía para perdedores, además de que nos regaló varios ejemplares para repartirlos entre los imberbes. (¡Un detalle que es de agradecer!) Y después, nos leyó otros poemas al azar.
Aquí os dejamos una entrevista a Ángel Rodríguez, y a continuación podéis leer un adelanto de su nuevo poemario, aún inacabado.
Si hay algo que me gusta es pasear durante la mañana y cruzarme,como en un bucle continuo de pasos,con los compañeros sin nombre y con zapatos de cada día.La chica guapa,con sus piernas largas como un ovillo caído por la escalera de su rodilla,que me cruzo en el quinto árbol de una calledonde el letrero pendecon el ritmo cansino de la rutinaria tos tuberculosacon la que el sol se proyecta en mi pecho.Allí miro sus senos reventando el sujetadorque le asoma tan tácito como disoluto.El mendigo,que canta hacia adentro melodías económicascéntimo a céntimo,derrochando tristezas que bajan rodando en recuerdos calle abajo,con su cazuela vacía y su luto de sonrisa espera,espera que llegue el invierno y cerrar los ojos,entretejiendo sus párpados en una mortaja de hambre.En su ventana,como cada día, se asoma ella,Roberta,con su tizne cobrizo en las ojeras,con el cráneo tapado por un pañuelo que chorreaverdades de sedaen hilos de cobre;desde su balcón saluda a los niños que cargan letras camino del matadero.Ella afila su lápiz, y con óxido, riega sus macetas de plástico.Dulce es leve, tan leve que sus pies no sienten el sueloy su huella es un aborto de pisadacon cinco viznagas en ramo color ceniza.A ella sólo le pertenece un puñado nadauna cadena oscura de lunares que se aferran a su espaldacomo mejillones redondos a su cuerda,hilados en su cebadero a mordiscos que los sujetan.Dulce, la pobre Dulce, la del nombre de almíbar,lo único que es suyo son sus manchas de verrugay una miseria honda y vocera que hace que los gatos del barrioescondan su cabeza entre las ruedas a su paso, buscando guaridas de caucho.Carmen se ha hecho vieja hoy.Será que los años de orfanato le han crecido sobre la espalday la encorvan en las cuestas arriba,o será el recuerdo siempre tibio de su muñeca de cartónsobre el retrete recién usadoel que ha teñido de blanco su cabello,o las losas ajenas limpias bajo su rodillalas que la han atrapado al mirar su reflejo sobre ellas.A Carmen, la hija de Carmen,le ha crecido entre sus piernas la carne de sus cuatro hijosque, ya poco jóvenes, se agolpan entre sus dedos ahora artríticosy cuando los abre salen caminando lentos como un carro cojo.Pero esta mañana se ha levantado sobre sus más de sesenta Marzosy se ha agarrado a sus rodillas hasta elevarse, alta como el chopo cercano al río.Será que su pecho se cansa y late casi sin ritmoy sus manos se dejan vencer por el tiempoy caen derrotadas como el fruto derramado por el árbol.Será que el tiempo, ahora, pasa para ella más rápido y los días,a veces,tan sólo parecen horas.María es liviana como la arena en un vendaval a media tardecuando el sol se precipita triste entre los montes vacíosde la tierra yerma.
A veces veo a Violeta paseando,
su falda baila con las medias calle abajo.
Baja, como cada mañana,
con la tristeza entre las orejas.
Violeta avanza por la calley se hace pequeñay leve como un verbo monosílabo,con su botón colgadoen la camisa mil veces pasada por la piedra del deseo.Ella pasa su paso en la calle y posasu peso de huesos ya ceniza de tardepor las baldosas que bajo ella sonríendesdentadas.Yo me haría hormigónpor el placer de tocarla en un abrazo rígidoElla serpentea entre ciudadanosy escapa.A Luna se le ve de lejos y se le goza.Su amistad que aleja a los amigosNo hace que se disuelva como beso en el viento.Por eso, a ella, se le mira desde lejosy se marcha rápidoy se lleva su andar y su boca rauda a otro lado.Pero si se queday te toca y te besa y te da y no tomay te bebe y te muerde y abraza con su pelo de rizo de albahaca.Si se queda y lame sin prisa las palabrasy te cobija y alimentay te sustenta y ama, sincera, como un animal ama,y te mira y te canta sin voz sílaba ni arpegio con sus uñas manchadas de tierra calma.Si se queda,si no se marcha y amanece en su camay no anochece a kilómetros de su tibia almohada,si se queda, si no se marcha.Luna canta si no se marchasi se queda,si tuviera su piel reposo.Si Luna se queda.Si te abre su puerta un lunes,ahora menos cárdeno, de octubre,y silba prendida a la candela de su dedosparece que las ventanas se abren en rodajas,que se desparraman los goznesque ha llegado la paz a casa manchada de su saliva fuerte,sin aderezo, saliva de ella que espanta oídos de fierasy amansa los cuartos del despeñaderoque oye las ágiles ancas de la rana en su vieja charca.Si se queda Luna.Si se quedara.Marta siempre camina lento,con prisa pero lenta,le cuesta trabajo no trabarse en el pasocon esos pies suyos, tan enormes.Por eso Marta llega tardey los besos le caducan entre los dientesy su lengua se reseca de respirar fatigada por la boca.Sus rodillas son torpes y se le encadena el muslo al gemelohaciendo un largo paseo su camino.Sube, Marta, lenta por su cuesta arriba arrastrando los píesya casi sin dedos buscando sin encontrarse.Se hace su día largo,la calle enorme y su mundo pequeño sobre su suela raída.Pero camina, ella siempre camina,sin pausa y hacia delantevomitándole resistencia a la derrota, negándole triunfos la fracaso.
Si digo “La amo”no es la unión de vocales y consonanteslas que hacen la fonología del sentimiento.La amo, pero cómo no amarla,junto a su sábana tibia y su pelo encarnado en beso.Cómo no amarla si le baila la luna en la boca.Si el río pasa miedo si ella se desploma junto al borde de la orillay no lo toca.Cómo no haberla amadosi llena vacíos con huecossi alza apretada con ira la mano,si el hambre la calla golpea al crujir de tripas que la amordaza.Amarla a pié juntillas,con sus soliloquios en ristre y su mirada sin ganascon su verde en el viento y su grito que amargay su tizne en el pecho.Cómo no amar a Clara,la que espera esperanzas y se hiela de fríocuando sabe que el viento no amagay suenan en las ventanas los cristalesClara se abren las tripas a tiras y escarchamientras muerde sus labios la rabia.Sería tan difícil no amar a Clara.
A Martina se le cae el viento de los ojos si mira lejos.Alza la frente sin prisa,como cantando despacio quejíos sin padre.A las cinco de la mañana se levanta Martinaya con el cansancio anclado a los hombros y reparte frutacon eso dedos tan suyos, teclea precios matando hambres,desesperadas ambrosías ordenadas en cajetas grises,anémonas partidas en dos que rebosan en las baldas y caen,como el agua en su vaso,hacia afuera, lenta, gota a gota.Miserias de dulce, que alejan orgullos,crepúsculos en tomate,melones desvirgados con caricias de sandía,que chorrean, hasta el codo su caldo, dulce de almíbar,manzanas, peras de hojalata,jarrillos de pulpa que abarcan licores color añil,granizos de cobre que rompen los cristales de los escaparates,pariendo esquirlas, llenando el orbe con abortos de cuarzo,besos sin azufre se alzan tras ella,sangres de chocolate y sarro de pimientos a caballo.Caballos a lomos de caballos,yeguas corriendo, como una hecatombe de hormigas salidas,a boca jarro,de sus encías sin dientes.
Isabel tenía los píes toscos y las manos curvascomo un cayado que nunca sostuvo.Caminaba lenta por la calle mientras los niños del barriojugábamos a burlarnos de ella con el balón entre las piernas,como una bola encajada en bridas que salen y entran sin orden aparente.Se agarraba a las ventanasmientras su gibasobresalía entre los barrotes del salón de casa.Entre sus hombros, una mata de pelo cano se vencíay escurría del moño ralo, mazorca que nace farfolla.Arañaban sus dedos los hierros del camino,lamían sus manos las esquinashasta llegar al jazmín.Cada verano, en las noches de aire en fuegoy conversaciones pasadas,con el baile de abanicos sobre pechos mamadospor criaturas ahora ajenas,hilvanaba, Isabel hilvanaba floresque olía en silencio y cabizbaja.Al subir a casa,ya con el sueño temprano que muerde los ojos,le perseguían olores de viznagasque chocaban con ese cuerpo tan menudo tallado por el espanto.
Bien sabía que besar a Silvia era como montar en bicicleta,y no por la matemática de piñones y platosque ruedan en pos de ruedaspara avanzar sin miedo.Sería que sus labios no se extrañabanen el paso de los años y las vueltasa vueltas del volver de la lenguacada vez parecían más rápidas,granizo que se deshace tras la tormenta.Por eso su saliva era airey viajabas sin moverte de su bocapor una carretera preñada de mordiscos,a veces,otras, los desniveles de vahos buscabansoluciones de lamidos huérfanos y canciones frente a la ventana,como si Audrey se hubiera mudado al barrio.
A la salida del pueblo viejo,junto al descampado donde los muchachos picaban sueños,han abierto un gimnasio que ya huele a cieno de guantesy suelas que saltan sobre una comba que insulta al viento.Lorena lo regenta,con su diente de oro y su silencio frío que sale,vomitado, por ese puro que chupa y chupa.Decían que su croché de izquierda tambaleaba al cielo,que Rocky Marciano, sobre su piedra cuadrada,suspiraba a verla doblar cabezas y saltar estómagos.Se hablaba de sus piernas, de cómo aparecían y desaparecíany estallaban en un cuerpo y el sudor saltaba,fuegos de artificio.Un asalto y otro y otro más.Lorena ya aguanta que la muerdan y baja la defensaya vencida de derecha y asume los golpes.Lorena aguanta todo por 40 euros,su culo es duro y por eso hay que follarla con ganas,y sienta su gesto en su cuna de rodillasy agarra con los labios el suplicio de saber que esta velada aún no acaba,que ya no hay rival a quien tumbarni brazo que subir,ni cinturón de hojalata dorada,ni ganchoni derecho directo certero que sienta el oponentecomo un garro de clavos sobre el orgullo.Cuando los muchachos acaban y se limpia la pena de las comisuras,mira al saco y le avisa:” sigue ahí colgadoespérame una noche más, sólo un poco,pues mañana serán mis pies lo que vuelen sobre el suelo”.
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